Carolina Yrarrazaval | Textos
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Textos

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Sheila Hicks

Sobriedad monacal

Waldemar Sommer (Stgo. 22/6/03)


Carolina Yrarrázaval vuelve a demostrar su fortaleza y refinamiento. En hilos de algodón, yute y lino, sus productos de telar consiguen una simplicidad elegante, una sobriedad monacal, una exquisitez cromática admirables. Tenemos, pues, a lo largo de casi veinte años de labor, sólo negros, grises, ocres, castaños oscuros, a veces rojos o toques de naranja tostado. Con frecuencia basta la gradación de valores para provocar en el espectador un particular efecto táctil.
Destaquemos nada más que unas pocas obras suyas. Por ejemplo, la fuerza sensual del juego de embarrilados en blanco y negro “Homenaje” (1988). O “Suplementaria” (1997), con sus grises verdosos y azulados. No obstante, creemos hallar en la transfigurada “Momia” no sòlo el más bello logro de la tapicera, sino de las tres exposiciones que comentamos. A la riqueza colòrica de sus grises y ocres se suma una notable vibración luminosa y un, a la vez, contemplativo y sensorial contraste de texturas.
Por último, Yrarrázaval, nos entrega una realización volumétrica compuesta. Ante ella, un amigo concurrente y poco adicto a las más flamantes disciplinas plásticas reconocía que se trataba de la única instalación que, en toda su cultísima vida, le había gustado. Es que este grupo de quince vestimentas, formando una doble fila, emerge cuajada de sugerencias y de misterio. La conjunción de colores muy oscuros, primorosamente variados y provistos de algún encendido relampagueo despliega en tres dimensiones las mismas exquisiteces de las piezas que cuelgan de los muros.
Pasión y misterio

Cecilia Valdés (Stgo. 8/6/03)


Carolina Yrarrázaval nos impacta con su obra desde hace veinte años, con su solidez, rigurosidad, investigación constante y fuerza estética. Y, por qué no decirlo, además, la originalidad y valentía al optar por un arte menos reconocido y más difícil.
Su trabajo abstracto y minimalista, concentrado y denso, táctil y sensual es producto de constantes investigaciones del uso de los textiles, del color y las formas.
Lo cierto es que Carolina Yrarrázaval es en extremo rigurosa en su trabajo.
Carolina Yrarrázaval

Bororo (Stgo. 2010)


Siento que ella con el lino puede interpretar el metal, la piedra, el papel.
Siento que le basta cambiar las direcciones de sus líneas de horizontal a vertical una y otra vez para hablar verazmente de nuestros sentimientos más profundos. Nuestros silencio.
Siento que le basta retorcer una soga para ya comenzar a mostrarnos una parte de nuestra humanidad.
Conozco su obra desde hace ya varios años y siempre la he visto tejer de la misma manera. Pareciera que nunca hubiera habido una confusión en el seguimiento de sus convicciones, sus palabras, sus hiladas palabras, que suelen ser terapéuticas y sanadoras de esa parte enferma de la sociedad actual.
Agradezco su capacidad de abstracción para recibir en estado puro,
La música de la vida.

Nemesio Antúnez (Stgo. 1998)

Sin duda la primera tejedora fue una araña.
El tejer, entrelazar ordenadamente fibras para cubrir y ornar el cuerpo humano. El tejer para pescar, para comer. El tejer para temperar en la Edad Media alcobas reales o para cubrir fríos muros de piedra. En El Renacimiento crecieron los tapices en tamaño y esplendor para conmemorar batallas y en escenas galantes para endulzar la vida. En nuestros días el gran Jean Lurcat volvió a poner la tapicería en primer lugar entre las expresiones artísticas, lo siguieron Picasso, Miró, Léger y tantos otros, para embellecer los rigurosos espacios arquitectónicos de Le Corbusier, Gropius, etc. En Santiago de Chile, vergüenza, no ha entrado todavía en la cabeza de los arquitectos el colgar en sus obras una tapicería contemporánea de colores y texturas que visten y hacen acogedores los muros vacíos y fríos. Sin embargo, un grupo de tejedores se reúnen para intercambiar ideas y exponer y difundir la tapicería.
Entre ellos sobresale Carolina Yrarrázaval por su sentido estético, sobrio.
Busca el tejido esencial: fibras entrelazadas, texturas, colores; una superficie rica, austera, belleza franciscana, sin artículos superficiales, belleza definitiva, ennoblecedora. Carolina, silenciosa araña rubia, ha encontrado su tiempo para tejer belleza en su taller de Ñuñoa.

Carolina Yrarrázaval: trayectoria de inspiración

29.11.2014 Pía Figueroa

Visitamos el Taller de esta artista textil en el Barrio Italia de Santiago, una casita luminosa dentro de un antiguo cité que se ha convertido en el lugar donde hace clases tres veces por semana y expone los tapices que no ha vendido todavía. Porque Carolina vive en la costa chilena y trabaja tejiendo principalmente en la V Región.

Sin embargo este Taller es todo un mundo, un ambiente con una atmósfera muy especial. Aquí habita la belleza, la sobriedad, el buen gusto y la elegancia de las formas, de los colores y las texturas. Reina un silencio aunque esté poblado de perseverantes alumnas, con notable concentración y capacidad de trabajo. Las lanas, los algodones en ovillos de tamaños diferentes, las sedas y los hilos que despliegan una paleta de colores poco habituales y sin embargo arcaicos.

No puedo evitar formular una pregunta: ¿De dónde obtienes, Carolina, tu inspiración?

“Pero qué pregunta!”, me dice algo desconcertada, aunque sabe perfectamente bien de qué estamos hablando y se lleva la mano hacia atrás de su cabeza, por donde comienza su rubia trenza, para luego posarla sobre el corazón. Esa mano que recorre espacios internos buscando el recinto desde donde emana lo que la guía hacia las lienzas de su bastidor. Esa mano que regresa a las lanas azulinas con las que está trabajando en un nuevo tapiz que compone. Y me dice “la inspiración no es racional, algo fluye… De pronto sé muy bien lo que quiero hacer y puedo incluso calcular los materiales que necesitaré, los colores, las proporciones, pero el proceso creativo no es racional y en él también surgen los imprevistos y las sorpresas que conducen la obra hacia algo distinto, de lo cual aprendo y que agradezco”.

Relata su reciente viaje a India y Japón, donde los trajes ceremoniales le quedaron muy impresos y empiezan a ser fuente de inspiración en lo que está haciendo. Miro sus últimos tapices y efectivamente veo en ellos un movimiento, como de capa que se cierra sobre lo que podría ser un hombro con peso, con sombras y volúmenes rituales, con tremenda dignidad. Otro tiene menos solemnidad aunque entre las hebras me parece adivinar una túnica, austera, liviana, casi inmaterial. Los colores son sublimes, rojos profundos, índigos… o simplemente linos crudos en los que resplandece la luz.

Desde que la conozco, hace más de treinta años, Carolina está al telar. Tiene oficio de sobra y una permanencia admirable. Ha expuesto en las principales galerías y en el Museo de Arte Moderno, ha llevado sus obras a muchos otros países. Su trabajo está completamente consolidado. Sin embargo su actitud es humilde, de búsqueda, de nuevo intento, como si caminara por la frágil cornisa del reconocimiento de las verdades más simples para poder seguir en su peregrinación hacia lo sublime de la belleza.

En la atmósfera de su Taller, el tiempo de pronto se detiene. Me parece ver en ella una niña y al mismo tiempo una anciana, el ludismo ingenuo y la sabiduría, el comienzo sin fin y las puntadas eternas de una mente en profunda calma, abocada simplemente a uno de los oficios más antiguos que la humanidad conozca: tejer, trenzar, acordonar, hilar, teñir… para dar forma a objetos que comunican lo más abstracto, aquello innombrable que habita lo humano y que lo trasciende, una suerte de Luz original.